miércoles, 21 de diciembre de 2011

XXXVIII

    
     -Buenas tardes.
     -Buenas tardes.
     -¿Voy bien por aquí para la calle Cuna?
     -No, tiene usted que darse la vuelta, precisamente está ahí:
     -¿Dónde? ¿En ese callejón que...?
     -No; ¿ve usted esa torre alta?
     -Sí.
     -Pues ese es el comienzo de la calle Cuna.
     -Gracias; ¿la calle Cuna es donde están las tiendas de trajes de novia?
     -Bueno, ahí hay varias.
     -Bien... Oiga, ¿puedo hacerle una pregunta?
     -Dígame.
     -Si no es mucha indiscreción...
     -...
     -¿Usted está  aquí todos los días, verdad?
     -Sí.
     -Verá, es que otras tardes cuando he pasado por aquí o por ahí enfrente
me ha llamado usted la atención, siempre tan recto y tan quieto, y he pensado
que esperaba a alguien, pero cuando vengo de vuelta me lo encuentro aún ahí,
y no hay tarde que no recuerde haberle visto tal como está...
     -Sí, estoy siempre, sí...
     -¿Y eso por que? Vamos, si puede saberse.
     -Por venganza, ¿sabe usted?
     -¿Por venganza?
     -Sí. ¿Ve ahí ese edificio?
     -¿El del McDonaldïs?
     -Sí. Pues yo vivía en él. Mi mujer y yo teníamos un alquiler de renta
antigua que ella había prorrogado de su madre. Estábamos pasando una mala
racha de dinero porque la empresa donde yo trabajaba estaba a punto de
quebrar,
     -¿Y lo hizo?
     -No, pero en aquel momento me debían dos sueldos y medio. Mi mujer, que
era muy ahorrativa, siempre tenía juntadas dos pesetas, y desde luego teníamos
dinero para pagar la renta que era muy baja. El problema es que lo de mi
trabajo no se arreglaba, y tuvimos que ir tirando de lo ahorrado, hasta que
nos comimos hasta el último real. Fue la primera vez en veinte años que no
pagamos el alquiler, de hecho otros vecinos se retrasaban frecuentemente y
después juntaban dos y los pagaban de una vez. Vino un día a vernos un señor
de mucho dinero, a decirnos que nos daba un par de millones de pesetas a cada uno para que abandonásemos el edificio para montar un negocio en él, pero yo me negué
en redondo.

     -¿Y los demás que hicieron?
     -La mayoría aceptaron y se fueron a vivir a los Pajaritos o San Jerónimo,
y los que no les subieron hasta tres millones y medio hasta que también se
fueron. A mi me ofrecieron cuatro.
     -¿Y por que no aceptó usted?
     -No era yo, era mi mujer. Ella había nacido ahí, y no quería irse. Total,
que con el trajín este mi mujer se puso mala y hubo que ingresarla, y me llevé
cerca de un mes que para mí se queda, con ella en el Policlínico, con el tío
este viniendo cada dos por tres, y mi casero amenazando porque le debía el
último mes. Yo tenía dinero de sobra, pues me debían los sueldos, pero un día
cuando llegué a casa me lo habían sacado todo al descansillo. Me dieron una
carta del juzgado y me dejaron en la calle.
     -¿Y qué ponía en la carta?
     -Yo no sé leer, señora.
     -¿Y no se la dio a nadie para que se la leyese?
     -Sí, pero tampoco me enteré bien de lo que ponía.
     -Pues vaya...
     -El caso es que con la cosa de estar yendo y viniendo al Policlínico,
sin dinero de donde tirar, se me juntó todo.
     -¿Y el del dinero volvió a aparecer?
     -No, una vez que me echaron de mi casa, no.
     -¿Y usted a dónde fue?
     -A dormir iba a casa de un hermano mío en Castilleja; por las mañanas
bajaba andando, echaba el día aquí, comía en donde las monjitas, y me volvía
por las tardes. Iba al trabajo, a ver a mi casero, a todos sitios, pero nada.
     -¿Y no le pagaron?
     -Sí, me dieron cuatro sueldos de una vez, y fui con el dinero  a mi
casero, a pagarle lo que le debía y a adelantarle varios meses como yo solía
hacer a veces, pero me dijo que no, que ya era tarde, yo insistí en pagarle
pero uno de sus hijos salió y me dijo que es que aunque quisiera ya no
serviría de nada, pues el edificio ya no era suyo. Por lo visto habían
aprovechado lo del asunto de mi mujer y lo que debía para echarme y venderlo.
Lo habían hecho los del dinero y le habían convencido diciendo que a todos
nos darían algo, pero yo me vi en la calle, sin nada. Cuando se lo dije a
mi mujer ella no pareció notarlo mucho, pero a la mañana siguiente cuando
fui a verla me dijeron que había muerto durante la noche.
     -Vaya por Dios...
     -Fui a hablar con el del dinero con mi casero, y para curarse en salud
me dio quinientas mil pesetas y me citó aquí para el día siguiente a las siete
de la tarde, para darme el resto.
     -¿Y que pasó?
     -No apareció.
     -¿Nunca más?
     -No.
     -¿Y por eso está  usted aquí?
     -Sí, para que vean lo que me han hecho. Y esperando que un día aparezca.
Y el día que aparezca...
     -¿Qué piensa hacer?
     -Ya se verá...
     -Tenga usted cuidado...
     -Ya se verá.
     -Bueno, entonces Cuna es la de la torre esa?
     -Sí.
     -Vale, muchas gracias.
     -De nada, mujer.
     -Hasta luego.
     -Hasta luego.




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