miércoles, 16 de noviembre de 2011

XVI

     Hoy ha sido el último día de septiembre, bueno, en realidad, ya es
primero de octubre, porque hoy es mañana, y mañana será  miércoles, miércoles
primero de octubre, misma fecha, mismo día de la semana, ¿no te recuerda nada
eso? La verdad es que nadie se acuerda de ello; tú has venido tambaleándote,
borracho, hasta arriba de pastillas para intentar dormir, y te has tumbado en
estos verdes bancos de madera a esperar la llegada del sueño, pero el sueño
no viene, tú llevas un buen rato ahí esperando y el sueño no viene. Te
levantas y te acercas a mí, me miras por delante, me miras por detrás, ves
mis curvas de hembra cabal y desearías que fuese de carne y hueso, viva o
muerta, pero de carne y hueso, y no un cacho de bronce negro sobre un
pedestal de granito. Yo soy Carmen, la mujer. Yo soy la fémina fatal, máximo
deseo del hombre, también máximo temor, si fuera diosa sería Virgen, pero como
solo soy terrena soy animal, animal de vaho húmedo y ardiente, de piernas
inquietas y ojos chispeantes, capricho indescifrable, anhelo insaciable,
soy mujer, mujer, mujer. Aquí me tienes, frente a la Maestranza, venganza
masculina que me sitúa frente al callejón de mi patíbulo. Mira a esos dos,
el uno con su indescriptible cartucho de pescao, el otro abriendo sublime
el compás de la elegancia, ambos llamando mi atención como durante décadas
se disputaron el fervor de la afición, pero ignoran que una vez muerta paso
a ser otra, que vuelvo a ser la misma, una simple mujer, verdugo del varón 
lascivo pero víctima genérica de su poder. 

Pero hoy es miércoles primero de 
octubre, misma fecha, mismo día de la semana. Tal día como hoy remontaban
el Río las extrañas naves de los mayús, los rubicundos adoradores del fuego,
que bajaron desde las heladas aguas del Mar del Norte para saquear los puertos
de las tierras en paz. Precedidos por las noticias funestas, ataviados como
servidores de Iblis, arribaron a la costa de la indefensa Isbiliyya, pobre
medina sin muros por el recelo del poder qurtubí. Aquí mismo desembarcaron,
por estas mismas calles se vio por primera vez su alta estampa, sus ojos
claros, su rubio pelo, su pálida tez. Con ellos traían el ácido olor del sudor
masculino y la ardiente antorcha destructora, los potentes brazos violadores,
sus vergas profanadoras. ¡Pobre mujer sevillana, mancillada, violentada y
violada! Todo un día, todo un larguísimo día, estuvieron los normandos en el
Arenal, paseando impunes su destrucción, exhibiendo su descaro fanfarrón,
guardando lo apoderado, comiendo lo robado, matando al apresado, incendiando

lo asaltado... Cientos de mujeres perdieron la vida y la honra, cientos de
niños vieron abusar de sus madres, las calles de la ciudad se salaron de
tantas lágrimas caídas. Ha llegado la hora de la venganza, es la misma fecha y
el mismo día de la semana, pero aún es temprano, aún quedan horas para que
vengan, y tú puedes vengarnos a nosotras, las que tuvimos que soportar el peso
del vikingo feroz. Mira allí enfrente, en la esquina entre Varflora y Velarde
duerme una de sus mujeres. Es alta, gorda y apestosa, tiene ojos claros y pelo
rubio, ha nacido a miles de quilómetros al norte de aquí, y duerme agazapada
entre sus mantas y sus porquerías de despojo. Devuelve a su raza lo que sus
antepasados hicieron con la tuya. Me has mirado y me has dicho que sí, y te
has lanzado a cruzar el Paseo de Colón, a esta hora casi sin coches. Has
llegado a la esquina y has visto un carro de supermercado lleno de cosas y
junto a él la enorme mole nórdica. La miras un poco, excitado por la
profanación que vas a cometer, te sacas la polla y empiezas a masturbarte
mientras la miras, a pesar de lo que has bebido se te ha puesto dura, la
excitación es mucha porque hace meses que no haces nada con una mujer. Ella
duerme como un tronco, te pones de rodillas junto a ella y paseas la punta
de tu polla por su boca entreabierta, intentas meterla un poco, pero ella
se incomoda, abre un poco los ojos y da un salto hacia atrás. Tú también te
levantas y te la guardas, pero te vas hacia ella, aunque te paras. Es grande
y corpulenta, te va a costar someterla, intentas agarrarle las manos, pero
tiene mucha fuerza, lo menos pesa cuarenta quilos más que tú, intentas
agarrarla por los pelos, pero ella se zafa una y otra vez, empiezas a
impacientarte pero ello te excita más aún, tienes que poder con ella, es el
orgullo de tu raza, ella tiene el peso, pero tú tienes los cojones. Cansado
de intentar sujetarla optas por la solución más r pida y le lanzas un puñetazo
en la nariz, ella se lleva las manos a la cara para contener la sangre, pero
se mantiene dignamente en pie, vuelves a golpearla en el cuello, otra vez en
la cara, le das una patada en las rodillas, aprovechas un descuido de ella y
le pones una zancadilla. Ha caído hacia atrás y se ha quedado sentada de
culo, y tú la agarras ahora por el pelo y la arrastras, ella se mueve a la
vez para que no le arranques los mechones, tú la vuelves a golpear una y otra
vez, parece que empieza a admitir tu fuerza, pero te aseguras, te pones sobre
ella y la golpeas en la cara sin parar un puñetazo, y otro, y otro, y otro,
ella dice palabras extranjeras que tú desconoces, tú le dices puta, puta y
puta, te levantas, ella te mira desde el suelo, tú sacas el cuchillo y se lo
muestras, ella te mira sin moverse, lo vuelves a guardar, parece que te ha
entendido y se queda quieta cuando comienzas a bajarle los pantalones. No
lleva bragas, tiene un enorme coño gordo y rubio, te da un poco de asco porque
huele mal y a ti te gustan morenos, pero te bajas los pantalones. Aún la tienes
tiesa, te echas sobre ella que se deja mansamente hacer, sangra por la nariz y
por el pómulo izquierdo, resopla agotada por el esfuerzo y se abre de piernas
para evitar que la desgarres. Su coño húmedo y caliente atrapa tu polla que
entra y sale, entra y sale, y babeando por la excitación te corres en menos de
un minuto. Pero la venganza no ha concluido, ella debe morir si no quieres que
algún día se vengue contra ti, y entonces te subes los pantalones, sacas el
cuchillo y sin que a ella le de tiempo a levantarse se lo clavas entre las
piernas, ella se retuerce de dolor, cierra los ojos como si se le fuesen a
salir, y tú le metes y le sacas el cuchillo que parece estar abriendo un
manantial de agua roja, y ella intenta detenerte, pero tú sigues violándola
con la hoja de acero, y ella parece que se desvanece del dolor, y entonces
tú te levantas y le clavas el cuchillo en la nuca una y otra vez, hasta que
le alcanzas el espinazo, se queda tiesa como un toro apuntillado y después
lacia, como una muñeca de trapo. La golpeas, le clavas el cuchillo por el
vientre, pero ya no se mueve, está  muerta. El verla muerta, sangrando por el
coño, te excita de nuevo, y vuelves a bajarte los pantalones y a penetrarla
otra vez. Ahora sólo está  morcillona y no la puedes penetrar en condiciones,
pero está caliente y mojada de la sangre, intento follarla, estoy excitado
pero no se me pone dura, hasta que me canso de intentarlo, me levanto, me
subo los pantalones y me voy de aquí. Huelo mal y estoy manchado, tengo que
bajar al Río a lavarme un poco.


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