viernes, 16 de diciembre de 2011

XXXVI

     
Míranos. Un escultor quiso atraparnos en un relieve y lo acabó
consiguiendo. Yo mismo estuve aquí hace muchos años, hasta que me pusieron
donde me viste hace un buen rato. En aquella época esto era una explanada
sobre el tapón del Río, y mi brazo un estéril índice apuntando a los Alcores
del al Xaraf. La gente llegaba aquí para dar la vuelta y veían mi solitaria
estampa apuntando a unos oteros tras los que se escondía la tierra portuguesa,
la Mar Océana y las Indias presentidas por mi Almirante, maldita sea su
palabra. Pero entonces Triana ya no era marinera, solo un barrio absorbido
por la voraz Sevilla, de gente laboriosa y marginal, asiento de dos razas.
Después me trasladaron a allí, y pase de ser un lunático que apuntaba al
horizonte  a ser un loco perdido entre bloques y subido a un pedestal para
evitar un atropello. Al final, con lo del noventa y dos, nos trajeron a unos
cuantos a figurar aquí, atrapados en éste monolito sin sentido, privándonos de
una mitad de nuestro recuerdo. Has venido cruzando Triana por la calle Larga y
por Castilla. Al pasar junto a Santa Ana te has acordado de su suelo lapidario,
ensolado de frío mármol ornados de huesos y calaveras, de nombres antiguos,
olvidados y casi borrados, ¡iglesia de Santa Ana, catedral de barrio, sostenida
por los brazos esqueléticos de sus clérigos muertos! Y tanbién te has acordado
de la tumba de Iñigo López, quien pretendió engrandecerse en la muerte
encargando su lauda sepulcral al genial Pisano, y cuya obra maestra ha acabado
por convertirse en una caricatura popular, en la que la tumba de "el Negro" no
es más que un lugar donde dar taconazos para encontrar novio, perturbando de
continuo el descanso de los muertos. Yo lo sé porque él me lo ha dicho, que
aquí en Triana nos conocemos todos. Mira, más allá  del Río, junto al
ambulatorio hay una mujer que vive entre cartones. Se pasa el día entero
metido entre ellos, ocupando la puerta del edificio, sin moverse apenas. Yo
sospecho que algún embrujo de un artista futuro pretende esculpirla en la
piedra en que ella se apoya para descansar, y lo acabará consiguiendo si ella
sigue sin moverse de allí. Míranos a nosotros, apiñados unos con otros, sin
poder movernos, contemplando sólo la mitad de la realidad. Tienes que cruzar
el puente y advertirle de lo que puede pasarle, tienes que decirle que ésta
no es muerte soportable, que cualquier otra es preferible. Nos has escuchado
y te has decidido mover tus pasos por la metálica convexidad del puente de
Chapina, y lo has cruzado hasta llegar a la otra orilla, y  te has dirigido
hacia la puerta del ambulatorio. Sólo se ve un refugio de cartones, te acercas
y te asomas y la ves a ella durmiendo entre mantas, y la llamas, y la llamas,
y ella se despierta asustada, pero tú la tranquilizas, le dices que has venido
a salvarla, a evitar que la conviertan en una esfinge inmóvil en una hornacina
de piedra, pero ella te mira extrañada, y tú la coges por el brazo y la
persuades de que tiene que abandonar ese sitio, pero ella dice que es suyo,
piensa que le quieres quitar el sitio, y tú le dices que no, pero ella no te
escucha, y empieza a gritar, y tú le dices que no grite, que no quieres
hacerle daño, pero ella no se calla, tú le tapas la boca, ella te mira con
ojos aterrorizados, le quitas la mano de la boca y vuelve a chillar, esos
gritos te ponen nervioso, la gente se va a creer que le quieres hacer daño,
tienes que hacer que se calle, y empiezas a golpearla, a darle puñetazos, uno
en el pómulo, otro que le parte la nariz y le hace sangrar como un cochino,
ella no se calla, la pobre cree que alguien la va a salvar, y tú decides
acabar con el asunto por la vía rápida, la agarras por los pelos, la arrastras
hasta la puerta de nuevo, la sientas contra el quicio, le agarras la cabeza
con las dos manos y empiezas a golpearla contra la esquina con todas tus
fuerzas, tres o cuatro veces, hasta que se escucha un crujido y ella se queda
totalmente quieta. Te la subes a los hombros como un fardo, la envuelves en
mantas, y te la traes otra vez aquí, más acá del Río, y nos la traes a nosotros
para no se qué, pero tú estás loco, no te dijimos que la matases, sólo que la
salvases de que la empedraran allí, pero tú te enfadas, yo me enfado, siempre
pasa lo mismo, primero me hablan y me dicen cosas y cuando ya las he hecho se
callan como unos cobardes, y no contestan aunque les tire basura. Me tengo que
ir; si me ven junto a la muerta van a creer que la he matado yo.

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