jueves, 17 de noviembre de 2011

XVII

 Cuando hace su aparición en algún sitio todos saben que viene buscando
algo. Todo su ceremonial no hace más que enmascarar una rutina interesada
y precisa.
     Lo ven pasear siempre por los mismos bares, más o menos a las mismas
horas, sentándose en los mismos sitios, consumiendo las mismas bebidas,
intercambiando las mismas palabras de cortesía o insustancialidad y
desapareciendo siempre de la misma e inopinada manera.
     Hay una cierta leyenda negra en torno a él. Algunos dicen que nunca se
llevó especialmente bien con su padre, otros añaden que lo que fue es un
protegido de su madre. Hay quien le ha oído repetir insistentemente que el
dinero que maneja procede de una pensión vitalicia que  le dejó su madre
difunta, de manera que su vida es la de un regalado señorito de antigua
estampa, y como de todos los señorítos se dicen cosas relativas a adicciones
a la cocaína o el juego, a negocios de alterne quebrados por falta de visión
empresarial o constancia, que a veces son los mismo, y demás leyendas
urbanas.
     Es bajito pero robusto, cabezón, de rostro ligeramente deformado, mirada
torva y viciosa, andares repuntados e inseguros, expresividad nerviosa.
Es, en fin, ese tipo de personas cuyo aspecto no despierta simpatía en casi
nadie.
     Por las mañanas sale a la calle a horas en las que el sol ya lleva
gran parte de su trabajo adelantado, y se mete en el mismo bar de siempre,
en Reyes Católicos, apenas diez o quince minutos antes de que se dejen de
servir desayunos. Ya allí comienza su labor diaria de documentación
misteriosa: El Pais, el Mundo, Diario de Sevilla, ABC, El Correo, Marca...

     Como es cliente habitual, nada conflictivo y pronto pagador, nadie se
mete a analizar sus excéntricas costumbres. Mientras se toma el Cola Cao
y las tostadas lee atentamente el periódico al que está  suscrito el bar.
Mueve las páginas con velocidad, como si buscase cosas muy precisas, a veces
subraya algo, otras veces recorta algún pequeño trozo, en otras ocasiones,
cuando él ya se ha ido, acaban echándose en falta alguna hoja completa.
     De allí parte a hacer sus mandados, normalmente compras de corto
recorrido, pues realiza la mayoría de comidas en la calle, y cuando se
aproxima la hora de almorzar entra en otro de sus establecimientos fijos,
un restaurante y bar de tapas de la calle Canalejas no casualmente suscrito a
otro periódico diferente. Allí vuelve a las andadas leyendo, buscando,
encontrando, apuntando...
     Le gusta volver temprano a casa para echar una siesta que, como todo ser
rutinario, no perdona nunca. Cuando ya se halla la tarde bien avanzada
vuelve a salir a la calle, en busca de un tercer sitio, por la zona de la
Gavidia, en el que suele tomarse su Coca-Cola de tarde y donde encuentra la
suscripción de un tercer periódico y por tanto más posibilidades para recortar,
apuntar, señalar...
     Sale de allí cuando ya es la hora de la cena, ligeramente tarde, como
toda su rutina. Va a parar a un bar de la Alameda pero allí se entretiene
poco, el tiempo justo de comer, pues los dos periódicos que allí tienen son
repetidos respecto a los de la mañana, si bien vuelve a echarles un vistazo,
porque siempre hay cosas nuevas que se encuentran en un segundo escrutinio.
     A partir de ese momento comienza su ruta de cierre de bares. Primero
se encamina a un bar de tapas en la Plaza del Duque, donde se toma otra
Coca-Cola y examina los dos periódicos que le faltaban. En este último
sitio reparan más en él debido a que entra a una hora muy cercana al cierre,
y por tanto sus tics se hacen más evidentes. De hecho es en este sitio
donde se ha forjado el corpus principal de su leyenda urbana, como la de que
se medica contra los nervios, razón por la que no bebe alcohol ni café, aunque
se mate a refrescos de cola. Allí se dieron cuenta de que es una persona
enormemente escrupulosa, pues tiende a evitar por todos los medios el contacto
directo, nada más entrar suele ir al cuarto de baño a lavarse, y se encarga de
dejar constancia de algún defecto en él, como aquel que hace de los sitios
frecuentados una extensión de su propiedad. Después se sienta con los
periódicos a realizar sus tareas acostumbradas. Frecuentemente, si la
vigilancia de las camareras no es muy atenta, suele desaparecer uno de los
dos, y el que queda acaba sufriendo alguna mutilación definitiva. Si cuando
llega algún periódico está en manos de otro cliente, pasea nerviosamente en
torno a él, hasta que lo acaba pidiendo. Cuando ya ha conseguido lo que busca
desaparece sin que nadie se de cuenta.
     Le gusta satirear a las camareras, y no hay ninguna de ellas que en su
primera semana de trabajo en ese bar no se lo haya encontrado a la salida,
ya de noche, por la calle, haciéndose el encontradizo. Probablemente ocupa
ese tiempo en perseguir sigilosamente a las chicas, fantaseando con ello,
quien sabe si dudando para cometer un día alguna nefanda fechoría.

     Del Duque y sus alrededores se pasa a la Alfalfa, donde los bares
cierran un par de horas más tarde. También allí le ven entrar a la misma
hora todos los días, tomarse la misma Coca-Cola, satirear a las clientas y
desaparecer diez minutos antes del cierre para acudir a algún club nocturno,
ya cercano a su casa de la calle Gravina, donde apurar el resto de la noche
antes de irse a la cama, a esa hora en que el efecto de tantos refrescos de
cafeína es vencido por el sincero cansancio.

     

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