viernes, 9 de diciembre de 2011

XXXI

     Tú deambulas por la ribera del Río, vas dando tantas camballás que a
duras penas te mantienes seco, has bebido tres o cuatro litros de vino, ya ni
siquiera te acuerdas, te has tomado las pastillas para dormir pero hoy no te
hacen efecto. Vas por la ribera del Río, por el Paseo de la O, en donde las
oscuras aguas del verde Bétis lamen el fango, me estás escuchando pero no me
ves, oyes mi voz pero no aciertas a distinguir mi figura, aunque te estás
acercando, frío, frío, templado, templado, caliente, ¡que te quemas! párate,
he dicho que te pares, mírame, levanta la vista, es de noche, te cuesta
distinguirme entre las luces de la ciudad que se ven desde la otra orilla, sí

soy yo el que te habla, tu emperador, mírame, yo fui el primero que imperó en
el Mediterráneo nacido allende los Alpes, yo fui el que más extendió el limes
romano, hasta el corazón de la Germania, el que conquisto la Dacia, Siria y
Mesopotamia, el que ven en el cielo los niños rumanos cuando las viejas les
cuentan leyendas sobre el Camino de... Trajano, yo nací acá arriba, me llevé
toda mi vida combatiendo y viajando, morí en la Ciudad Eterna, donde optimus
princeps me llamaron, y allí reposaban mis cenizas, lejos de la desagradecida
Híspalis, pero tuvo que llegar un virrey de Nápoles, también sevillano, y
buscar fetichista mis restos, hasta que los encontró, y me trajo de
vuelta a mi tierra, y metió mis cenizas en una cista de su esplendoroso
palacio, hasta que un día aciago una mujer limpiadora, extrema en su cuidado,
dio por vaciar esa cista que creyó llena de tabaco, y al aire de la llana
Sevilla mis cenizas volaron, y con la tierra se apelmazaron, y las cenizas
más viajeras a sus hermanas hundidas en el Río superaron y llegaron hasta
esta orilla de Trajana, que así se llama porque la traia es un arado ibero y
no porque me la dedicaran. Mira este turbio brazo de mar que divide la ciudad
en dos, en cuyo lecho tupido y lamioso han muerto atrapados cientos y cientos
de personas, cuyas aguas se tiñeron de rojo cuando arrojaron los cuerpos de
los judíos muertos en el pogromo, míralo bien, mira la turbia corriente de
este río mortal que lame las dos orillas de la muerte, la del viejo muladar
extramuros donde hoy está el Barranco y la del Castillo de Triana, donde el
Santo Oficio ajustició a miles de insurrectos a la religión de
España. ¿Ves ‚ste dragón que porto en mis brazos? Es primo hermano de
Kerberos, guardián prehercúleo de esta tierra, es devorador feroz del que osa
desacatar mis mandatos. Mírame, tú que pasas, y teme mi advertencia; mira allá 
arriba en el puente, pronto aparecerá una silueta, ya está allí, ¿la ves? es
alguien que viene a por ti, tienes que matarlo, ¡mátalo, mátalo! Has escuchado
mi voz temible, has salido corriendo para alcanzarlo, él tiene que cruzar el
Puente entero, y tienes que interceptarlo antes de que llegue a esta orilla.
Corre, corre, no mires atrás, vas corriendo entre los  árboles y coches

aparcados, llegas hasta el Callejón de la Inquisición, subes de dos en dos sus
escalones, sales a Callao, corres por San Jorge en dirección al Altozano, te
asomas desde la cabecera del puente y ves que aún le queda un tramo, bajas las
escaleras como para entrar en el mercado, sientes en tu mano el puño del
cuchillo, empiezas a subir lentamente los escalones de la capilla del Carmen,
te agazapas para que no te vea, sientes venir sus pasos, cada vez está  mas
cerca, cada vez se oyen más claros, ya está aquí, mira, ¡mira! te está 
mirando, hace un gesto de extrañamiento pero sigue andando y tú subes dos
escalones más y le agarras por la pernera del pantalón y tiras de él con
fuerza, porque es muy delgado y poca cosa, y lo tiras al suelo, y corres
escalones abajo, arrastrándolo por ellos, y su cabeza va dando golpes secos en
los escalones y sus intentos de pedir auxilio se van apagando, golpeas su
cabeza contra el suelo hasta que escuchas un crujido, aun respira pero se
desangra, comienzas a arrancarles los dedos con el cuchillo, los tiene llenos
de anillos, ese oro puede hacerme falta, se los arranco y me los quedo,
también voy a cortarle el cuello para quitarle el cordón de oro, y el
pisacorbata, que también es de oro, y los dientes, también de oro, este viejo
mequetrefe vale una fortuna, pero pronto vendrá  alguien, voy a arrancarle la
cabeza, me cuesta mucho cortarle el cuello, he llegado al espinazo pero no
logro, ¡ya! ya he arrancado su cabeza, aquí está, que feo es el cabrón, tengo
que llevarmela para sacarle los dientes de oro, aquí en la papelera hay una
bolsa de basura, la vacío y meto en ella la cabeza para poder llevármela, pero
tengo que bajar primero al Río para lavarme las manos y ¿qué hago con todo
esto? No hay tiempo, alguien está  empezando a cruzar el Puente, me voy hacia
el Altozano, cruzo corriendo San Jorge, Bajo por el Callejón, se oye un grito,
ya ha encontrado el muerto, tengo que salir corriendo e irme de aquí antes
de que venga la policía.

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