domingo, 4 de diciembre de 2011

XXVI


     Deambulas por la ciudad, caminas por sus calles como un Teseo enloquecido
por un gigantesco laberinto. Si hay gente, la gente te molesta, si no, te
molesta el silencio. Siempre estás en el medio, más allá  de los vivos, más acá 
de los muertos. Cuando te coge la noche en la ciudad desistes de regresar
a tu casa. Hoy hace mucha calor, y no necesitas de resguardo para dormir a
pierna suelta, y por eso te has tumbado ahí enfrente en uno de estos bancos
que me rodean. Antes de acostarte me has echado una mirada de arriba a abajo,
has leído la leyenda de mi pedestal: "Al pintor de la verdad, su tierra", y
te has tumbado mirando a mi rostro. Has cerrado los ojos, has intentado no
pensar en nada para poder dormir, pero no dejas de sentir mi fría mirada de
bronce oscurecido. Hasta que te levantas, y me escrutas con tus ojos
trastornados, que te recuerdan otra noche calurosa como ésta, en que te
asalté junto a mis compañeros de la Galería de Sevillanos Ilustres de San
Telmo,  y yo te cuento que me fui de aquí con veintipocos años, ya
casado y con dos hijos. Llegué a la Corte, donde siempre me conocieron como
"El Sevillano", prosperé‚ y pasé a la historia, y hallé muerte y
sepultura. Hay quien pensó alguna vez que quizás yo debería estar enterrado
en el Panteón de los Sevillanos Ilustres, pero ¿quién sabe donde hallar mi
tumba en Madrid? Panteón galería, galería panteón; se te abren los ojos,
intentas que retrocedas en mi discurso, has recordado que hay un sitio donde
se intentó reunir a los hijos más eméritos de la ciudad, para que así su
gloria fuera imperecedera, pero el proyecto se quedó incompleto, y al final
han ido a parar allí un conjunto de ilustres desconocidos. Mientras oyes mi
voz sales andando, llegas hasta la Campana y bajas por Martín Villa y Laraña
a toda velocidad, hasta el edificio de la antigua Universidad, hasta su
iglesia, y te paras ante un letrero oscurecido por la contaminación: Panteón
de Sevillanos Ilustres. Ahí está  el humanista Montano, el poeta Rodrigo Caro
o su colega Alberto Lista, malagueño en realidad, y los hermanos Becquer, el
pintor Valeriano y el poeta Gustavo, también muerto en la Corte, también
propuesto para repatriar, finalmente repatriado y enterrado donde casi nadie
lo sabe: "Donde habite el olvido allí estar  mi tumba". Estás junto a los
muertos pero no oyes su voz, sólo la mía que clama poderosa en un centro
vaciado por el calor agosteño. Tú no puedes oírlos, sólo te pueden hablar a
través de mí; si pudiesen hacerse oír directamente, ¿no dejarían de habitar
un sitio olvidado? Hay quien dice que en el interior del edificio hay un
fantasma que deambula, pero ¿quien cree en esas majaderías? Los vivos son
vivos, y los muertos, muertos, y éstos sólo hablan cuando quieren y con quien
quieren, no necesitan de magnetófonos o cámaras trucadas. Te gustaría saber
que dicen, ¿verdad? Estas junto a ellos, y no puedes oírlos, sólo mi voz de
intérprete lejano. Pobres cadáveres de sevillanos ilustres... Sólo repiten
que lucharon contra el olvido alcanzando la fama, y se sienten agraviados por
los vivos, hoy muertos también, que se empeñaron en ocultarlos bajo esta
iglesia, como esas joyas que se oxidan en los joyeros sin que nadie las luzca.
No dejes que a ti te pase lo mismo. No permitas que te encierren en un panteón
que se acaba convirtiendo en una prisión en muerte. No dejes que aquel hombre
con cubana, mascota y bastón haga que cumplas el mismo destino. Por eso cruzas
la calle y caminas hacia él, aunque tu mal disimulado rencor lo pone en
guardia, y hace que se retire un poco y empuñe el bastón con fuerza. Tú dudas
si pasar o atacar, y optas por sacar el cuchillo, pero piensas que es un error,
porque él levanta el bastón y lo agita en el aire, una vez, y otra, y te
mantiene alejado con la amenaza del golpe, y tú no sabes que hacer, porque
aunque las calles están vacías a veces puede verse a alguien en la lejanía,
un taxi que gira por alguna esquina, y tú persistes en el envite, echándote
atrás a cada bastonazo, y él sigue golpeando el aire una vez tras otra, y
otra, y otra, pero parece que se empieza a cansar, ya sólo agita el bastón
lo preciso, cuando más cerca estas, hasta que lo sorprendes y te cuelas por esa
barrera invisible, él reacciona a última hora y te larga un bastonazo en el
brazo que sabes que te dejará  un moratón, pero tú ya has llegado al cuerpo
a cuerpo, y le has clavado el cuchillo en las costillas, y él deja escapar una
honda expresión de asfixia y dolor, y tú aprovechas para arrebatarle el bastón,
mientras él se pone de rodillas y se lleva la mano al costado, le has dado
un buen tajo, la cubana se va tiñendo de rojo, tú levantas el bastón en el
aire, la mascota ha caído al suelo un instante antes, descargas el bastón con
toda su fuerza sobre la sesera de tu contrincante, y se escucha un crujido
que le lleva al suelo, inmóvil; también el golpe ha sido certero. Pero a ti
no te basta con verlo muerto en el suelo, y te ensañas con su cadáver, y le das
una tunda de palos que no consigue moverlo ni un centímetro, y cuando ya me
he cansado, lo miro atentamente por saber si me puede servir de algo, le quito
la cartera, también intento arrancarle un sello de oro, pero se me resiste,
por lo que tengo que poner su mano en le suelo y largarle otro cuchillazo para
arrancarle el dedo, pero me cuesta trabajo, porque se queda colgando de un
tendón, hasta que consigo cortarlo y sacar el anillo, todo lleno de sangre.
No quiero dejarlo aquí, por lo menos mientras yo no ande lejos, así que me lo
echo a la espalda y lo llevo hasta la cubeta de basura y lo arrojo dentro,
a su mascota, a su bastón, a su dedo y a él.

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