miércoles, 2 de noviembre de 2011

III


     Calles de Sevilla, de paredes blancas y farolas amarillas... No hay
nadie a estas horas, la Judería se asemeja a los solitarios rincones de un
viejo pero lustroso camposanto. Has pasado junto a los muros del Hospital de
los Venerables, donde los viejos sacerdotes sin recursos pasaban sus últimos
días de vida, y por la calle de Susona, más discretamente intitulada de la
Muerte o del Ataud, por la tétrica forma de su suelo, has pasado por la
florida y fotogénica plaza de Santa Cruz, donde una placa recuerda que ahí
hubo una iglesia y que en ese suelo fueron enterrados decenas de feligreses de
la parroquia desaparecida, entre ellos el genial Murillo, y has salido a la
plaza de las Cruces, bajo cuyo abultado subsuelo late el crujir de siglos
de una fosa común, y borracho de muerte has venido dando tumbos hasta salir
aquí, a la plaza de Refinadores, donde durante siglos estuvo el cementerio
judío, donde fueron encontrados huesos y lápidas... Soy uno de los espíritus
más antiguos de esta ciudad, he tenido aliento en reyes, nobles y plebeyos,
mis andanzas, casi siempre anónimas, han sido a veces dignas de fama, me han
bautizado con distintos nombres y en distintas ‚pocas, pero aquí aparezco
con la imaginaria estampa de un literaturizado Tenorio, arrastrado al infierno
de mano de un muerto al que mi propia espada sentencio. Mírame, con mi estampa
de caballero sevillano, con mi orgulloso donaire de burlador de hembras,
atado a la vida por mis instintos pero incapaz de sobrevivir a la muerte por
mis obras. Mírame bien, que mi ejemplo te sirva de advertencia; en algún
lugar cercano se encuentra la Muerte agazapada, se sienta con su chacal a la
orilla del camino para asaltar al transeúnte, y cuando menos te lo esperas te
echar  su largo y huesudo brazo por encima y te atrae  hasta la oscuridad y
el olvido. Dices en voz alta que no y que no, te tropiezas y caes al suelo,
empiezas a sentir en la nuca un gélido aliento de depredador de ultratumba,
corres trastabillado para salir a la Ronda, aún te paras un segundo, la luz
de las farolas y los faros de algún coche que pasa te tranquilizan, sales
andando mirando atrás de vez en cuando, intentando adivinar si soy yo el que
te persigue con la espada en la mano, tu ya has sacado el cuchillo por si te

tienes que batir en duelo conmigo, pero no me ves llegar, no necesito huir
tras de ti, porque en ese camino por el que andas no tardarás en encontrarte a
la Muerte, y de repente te paras en seco, y ves que en el hueco de un árbol
hay una vieja informe y un perro, el miedo vuelve a reptarte piernas arriba,
ya no tienes dudas, sólo miedo, es la Vieja y su Chacal, pero tú no quieres
morir, piensas que puedes luchar contra ella, conseguir zafarte como yo no
pude, y te acercas sigilosamente y largas una profunda y contundente puñalada
en las costillas del animal, y éste se pone tenso a la misma vez que deja
escapar un ronco resuello de finado, y se mueve espasmódicamente en mitad de
un gran charco de sangre y la vieja que aún dormía se despierta sobresaltada
e intenta achucharte al pobre animal, pero éste no responde a su correa, y al
ver que está agonizante entiende que ha pasado de cazadora en cazada, y saca
un gran cuchillo que rivaliza con el tuyo, dos espíritus de la muerte frente
a frente, pero ella no parece saber usarlo más que para asustar, intenta
torpemente clavártelo, pero a ti te basta con echarte un poco al lado y lanzar
un cuchillazo de abajo a arriba, porque ella te llega a la altura del pecho, y
cuando el cuchillo aún vuela a medio camino, ya se incrusta entre los tendones
de su barbilla, y tú la arrastras por el suelo como un pez cogido por el
anzuelo, y ella se revuelve una y otra vez, pero ni siquiera puede abrir la
boca, y tú la arrastras hasta la calle de al lado, y allí golpeas su cabeza
contra la pared hasta que deja de moverse, y le sacas los ojos para que no
te mire, y le levantas las faldas, y ves que no lleva bragas, y te echas
encima para follártela, pero estás borracho y no se te pone dura, y la
manoseas, y le metes los dedos, y le metes el mango del cuchillo, y ella se
balancea al mismo ritmo que tú la penetras, y la sangre lo empapa todo, y
piensas que alguien puede verme, y aunque me gustaría quedarme para ver si
puedo follármela antes de que se ponga fría, tengo miedo de que puedan
descubrirme, tengo que levantarme, limpiar al cuchillo y mis manos en su
vestido y salir corriendo.

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